domingo, 17 de octubre de 2010

La desesperación

Por:  Xavier Alejandro Andocilla R.

La historia comienza al finalizar el viaje al Tena de mi amigo Ismael, quien partió  a Quito lo más temprano posible para ver el paisaje. Era su primera vez que recorrió el Oriente y el día que se trasladó al Napo no tuvo la oportunidad de observar la naturaleza que se presenta en la carretera, producto de la espesa oscuridad de la noche en la que se transportó.

Antes de despedirse de la ciudad, le invitaron a los platos típicos, delicias muy extravagantes y de interesante sabor, se imaginó que por su aspecto muy difícilmente pasarían  por su paladar, pero al toquetear sus papilas gustativas el no paró de comer. Degustó como si fuera su ultima cena, casi por 15 minutos devoró los alimentos tradicionales, con el gusto de contar a sus amigos de tan dichosos sabores. Estos alimentos eran tan exóticos que nunca los había visto, escuchado o mas bien degustado.

Inmediatamente, después de alimentarse, se subió en el primer trasporte que apareció. Era un enorme bus de la cooperativa San Francisco, color azul y blanco, con un aspecto de ser casi nuevo. Al abordarlo buscó el asiento más cómodo y cercano a la ventana.

Mientras pasaban las horas, la carretera se volvía en un escenario muy diverso, presentándose distintas plantas y árboles, exhibiéndose diferentes mariposas y pájaros que habitan en la cordillera oriental de los Andes. Recorrió desde el Tena, poblaciones como Archidona, Baeza, Pifo, Tumbaco, para luego llegar a la capital, Quito. Vio la realidad deplorable de muchos pueblos, sus condiciones de vida y demás miserias que conforman el paisaje.

En las distintas paradas muchas personas subían con diferentes alimentos que emanaban un olor muy embriagante, tentaban al pecado de seguir comiendo, pero para Ismael estos le producían ligeras sensaciones de llenura, al punto de no aguantar aquel tufillo.

Después de cinco horas de extenso y arduo camino entra a Quito, mientras veía como se termina su viaje, sentía pequeños retorcijones en su estomago, parecían como si las tripas se encontraban en una gran fiesta y se movían de un lado al otro indicándole que el proceso de digestión se aceleró.

El bus ni acabó de pararse e Ismael ya se encontraba corriendo en búsqueda de un baño municipal, se paro en las puntas de los dedos de los pies observando cada rincón de “el Trébol”, a lo lejos vio un cuarto rectangular de color verde y con un letrero blanco en el que estaba el dibujo un hombre pintado de negro, que le dio a entender que eran los servicios higiénicos.

Caminó rápidamente hacia aquel lugar, sin dar a entender la desesperación que tenia por llegar, trato de ocultar los deseos, pero parecía que el resto de personas sabían lo que pasaba. Al momento de pisar la puerta de entrada un olor nauseabundo le rodeo la nariz, provocando asquerosidad y desprecio a aquel lugar; sin reflexionar mucho tiempo decidió aguantarse las ganas e ir a su hogar.

Cruzó rápidamente las dos calles por el paso peatonal, alcanzó a un especial de esos que parecen bólidos y corren por las calles de Quito, creyó ingenuamente que en 10 minutos estarían en su casa, pero el conductor no era ningún “meteoro” y se parecía más bien al doctor Chapatín de lentes de fondos de botellas y con varias multas por conducir a menor velocidad de lo señalado por la ley.

Era tan mala la suerte de Ismael, que todas las personas querían subir al bus, paraba en todas las esquinas y todo los semáforos se ponían en rojo; parecía toda una eternidad, sentía un dolor que le recorría las venas de su cuerpo, era un temblor que se producía desde el estomago hasta el tronco cerebral y de allí por las curvaturas intestinales, al recto.

Casi destrozado y a los 30 minutos llegó por fin a su barrio, los esfínteres reventaban  de la presión que ejercía sobre ellos. Con las ultimas fuerzas se bajo del carro y corrió a su casa, ya no le interesa lo que diga la gente, lo único que quería era llegar a su domicilio, un departamento ubicado en el quinto piso de una multifamiliar al sur de Quito.

Con sus manos temblorosas sacó las llaves del portón principal, confundido trató de abrir rápidamente la puerta negra y no sabía cual era la llave maestra para ingresar. Al encontrar dio una solo empujón, subiendo las gradas de dos en dos y llegó por fin a su departamento.

Pero un último reto le tocó enfrentar, tratar de abrir esas dos complicadas puertas, que aun estando con sus cinco sentidos no lo podía hacer. Boto por un lado su mochila y por el otro la chompa, sudando y con las manos temblando pasó por la puerta de metal y luego la de madera, ingresó a su casa y por fin a ese cuarto frío y oscuro que por primera vez era el más deseado.

Al abrir la puerta del baño, parecía que su desesperación iba a morir y una supuesta tranquilidad surgía dentro de su ser, pero al mover  la puerta, se dio cuenta que el retrete  del baño había sido robado…

 

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