miércoles, 20 de enero de 2010

Terrorismo no es revolución

“Yo le llamo terrorista al que da al trabajador las migajas por sudor…” Reincidentes (grupo de punk rock)

Publicado en el semanario En Marcha

En la actualidad, una de las palabras que mayor utilidad ha tenido para las clases dominantes es la de terrorismo, que como si fuera un símbolo universal, trata de categorizar dentro de ella a todos los luchadores populares, a los dirigentes de las clases oprimidas. Todos los medios de dominación califican de esta manera para criminalizar el combate de los pueblos para alcanzar la liberación social y nacional, en defensa de sus derechos, en contra de la explotación capitalista e imperialista.

Este concepto tomo fuerza a partir del 11 de septiembre del 2001, luego de los atentados a las torres gemelas, cuando el ex presidente de los EEUU, George W. Bush, justificó el impulso de nuevas guerras de dominación señalando que “no se cansará, no titubeará y no fracasará en la lucha por la seguridad del pueblo estadounidense y por un mundo libre del terrorismo. Seguiremos sometiendo a nuestros enemigos a la justicia o les llevaremos la justicia a ellos”. Elaboró una lista, conocida como el eje del mal, en la que se encontraban países y organizaciones que se oponen a la dominación del imperialismo norteamericano, con ello inició nuevas agresiones en contra de los pueblos de Afganistán, Irak, Palestina, Colombia y sin número más.

No existe una definición clara de lo que significa la palabra terrorismo, pero se lo puede plantear como las acciones que generan terror o se lo relaciona como un sinónimo de salvajismo, concepto que no tiene, por ejemplo, la llamada guerra preventiva impulsada por los EEUU, en los que quien mata en la guerra de rapiña es un héroe, quien defiende los intereses de dominación y explotación de la burguesía es declarado un patriota. Ninguna bomba inteligente de alta tecnología es asesina, es terrorista, pero sí lo son, por ejemplo, quienes resisten a la ocupación estadounidense en Irak, quienes luchan contra el sionismo, los que defienden su Isla del bloqueo económico, los que se rebelan contra las injusticias, los que levantan su voz en América Latina en contra de las medidas neoliberales y los gobiernos sirvientes al imperialismo.

De acuerdo a datos suministrados por el gobierno de los EEUU, el terrorismo ha matado en el mundo, entre en los primeros cinco años de este siglo, a 24.429 personas (la misma cantidad de personas que contraen el VIH en 8 días). Lo curioso es que para combatir este flagelo en el ámbito de la salud la Casa Blanca utiliza 100 veces menos presupuesto que lo que emplea para su guerra preventiva contra el “terrorismo”.

Siguiendo los pasos de la campaña anticomunista impulsada por el imperialismo, en la década de los 50, 60 y 70, para desprestigiar a los luchadores populares se impulsa en la actualidad en nuestro país una acción mediática para criminalizar la protesta y la organización de los trabajadores, la juventud y los pueblos. Se acusa de terrorista a todos aquellos se rebelan contra la sociedad y exigen el cumplimiento de sus derechos, por lo que bajo esta figura se ha catalogado a los combatientes de Dayuma, a los trabajadores, indígenas y maestros, a los estudiantes universitarios y secundarios.

Los revolucionarios no somos terroristas, nuestra acción se encuentra dirigida a luchar por mejorar las condiciones de vida de los oprimidos, de destruir el sistema de explotación y construir una sociedad en la que reine la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales de los seres humanos. La revolución social constituye la etapa más importante en el desarrollo social, una trasformación básica en la vida de la sociedad y del Estado, cuando se derroca un régimen social caduco y se afianza un régimen social progresivo. Según Lenin, “la revolución es una transformación tal que destroza lo viejo en lo fundamental y básico”. La revolución no es sinónimo de terror, sino es la lucha conciente y decidida en contra la dominación del capital.

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